Un recuerdo que acude a mi memoria algunas veces, es la imagen querida de mi hermano psiquiatra, Fernando Valarino, quien murió hace muchos años. En algunas ocasiones, como parte de la rutina inicial de su consulta, le hacía la siguiente pregunta a los pacientes -¿Eres feliz?-. Yo observaba atentamente las reacciones de quien recibía tan inusual pregunta, a través de un espejo unidireccional, utilizado en las prácticas de psicoterapia a las que asistía. Nunca dejó de presentarse una expresión de asombro e incredulidad en la cara de la persona interrogada, como si pensara que ese doctor estaba más loco que él. Esperaba ansiosamente las respuestas que aún no tenía en mi interior.
Todavía creo hoy en día, que esa es una de las preguntas más fundamentales de la vida, a la cual la ciencia actual ha empezado a dar respuesta. Algunos estudiosos asocian la felicidad a la satisfacción de las necesidades, desde las más básicas como la salud y bienestar físico, sexo, alimentación, seguridad, protección, estima, amor, pertenencia, estatus, poder y fama, hasta las más trascendentes como la producción creativa e intelectual y la ayuda a otros seres humanos. Pero cada quien percibe su mundo de una manera diferente y la percepción de la felicidad continúa siendo un gran misterio y no se considera un suceso digno de estudiar, de compartir, de difundir, de considerar interesante. Lo contrario, el dolor y el displacer, con su carga negativa, parece ser más atrayente.
No es mi intención debatir el conocimiento que sobre esta materia dictan los expertos, ni buscar explicaciones simplistas a una conducta muy compleja, sino mostrar algunos elementos que pueden ayudarnos a tomar conciencia sobre la forma en que utilizamos el cerebro y nuestras potencialidades, para alcanzar la escurridiza felicidad, aún en medio de las crisis que estamos viviendo.
En estudios de opinión especializados, en relación a la localización de la sensación de felicidad, las personas refieren sentirla más frecuentemente en el tórax, vientre, corazón, cabeza; de manera difusa, en todo el cuerpo, “en el espíritu, en el alma”. Muy pocos refieren sentir la felicidad en otras partes como las extremidades, el hígado u otros órganos internos, o inclusive en los genitales.
Descubrimientos interesantes nos muestran una gran paradoja: el cerebro humano que ha sido estimulado directamente, reacciona de manera placentera seis veces más que de manera negativa. Esto quiere decir, que mayor número de zonas del cerebro sienten placer (35%) y pocas sienten sufrimiento (5%). Sin embargo, en la vida diaria, son pocas las personas que manifiestan sentirse felices y disfrutar de un sano placer. Sin embargo, cada ser humano tiene una reactividad diferente y sus límites entre el placer y el desagrado pueden variar, de acuerdo a sus particulares mecanismos de adaptación. Las sensaciones más frecuentes asociadas al placer, son las de relajación, comodidad, alegría y buen humor.
En el cerebro se generan unas substancias químicas del grupo de las endorfinas, péptidos opiáceos naturales con efectos parecidos a la morfina, que alivian el dolor, así como otras substancias que producen de manera natural sensaciones de felicidad y euforia. Por ejemplo, luego del ejercicio sostenido por más de media hora, o de ingerir carbohidratos y el tan apreciado chocolate.
Otras formas de inducir estados placenteros son las estrategias de psicoterapia y meditación. También la relajación, especialmente de los músculos de la cara, ya que las estructuras cerebrales asocian de manera muy especial, las expresiones faciales a las emociones. Pruebe a relajar en este momento su cara y sienta la diferencia en su tensión hacia una sensación de agrado.
La felicidad no es intrínseca a los objetos materiales o sensaciones que provienen de los estímulos del exterior, sino a la percepción o interpretación que construimos acerca de ellos. Las mayores posibilidades de sentir felicidad están dentro de nosotros mismos y son producto de nuestra experiencia previa y sistemas de referencia. Así lo ha confirmado la Neurociencia. No importa que llamemos a esa fuente cerebro, sistema límbico, hipotálamo, corazón, aspectos inmateriales, informática cerebral, espíritu o alma.
Sabemos que hay determinantes que producen infelicidad, difíciles de modificar de manera individual, como por ejemplo las enfermedades y los problemas sociales. Pero todos nosotros podemos reconocer conscientemente, aquellos que puedan ser modificables por nuestro esfuerzo personal, para mejorar nuestro estado de ánimo. Dicho de otra manera, podemos estar atentos a las posibilidades de disfrutar, sin llegar al extremo de ser un hedonista individualista; ser flexibles y exponernos a multiplicidad de estímulos nutritivos, para mejorar nuestras conexiones neuronales; cultivar la interpretación optimista de la realidad, practicar el buen humor y mejorar nuestra habilidad de apreciar lo agradable de la vida, a pesar de las inmensas dificultades que estemos confrontando.
Vivimos en un mundo rico de alternativas para percibir estímulos positivos, pero estamos agotados y saturados por los intensos estímulos negativos que provienen de nuestro ambiente tan congestionado de malas noticias. Intentemos entonces darle paso a ese 35% de posibilidades de alcanzar el mundo invisible de momentos de felicidad, expandiendo la conciencia, educando nuestros sentidos, cultivando la creación y la inteligencia, cambiando y amplificando las alternativas de interpretación subjetiva de la realidad y de reacción ante ella, evitando los automatismos negativos subconscientes, practicando la generosidad, además de fortalecer el espíritu y la ética familiar, grupal y social.
Me pregunto entonces si muchos de nosotros los mortales, estamos viviendo como zombies, en el limbo, esperando y esperando que algo ocurra afuera... anestesiados, alienados, mientras la vida transcurre sin llegar a sentir un poquito de felicidad en cada día.
Se agradece respetar los derechos de autor y hacer la referencia de la fuente de este blog. Valarino, Elizabeth (2009). ¿Eres feliz? .Publicado en: http://ventaninterior.blogspot.com
Todavía creo hoy en día, que esa es una de las preguntas más fundamentales de la vida, a la cual la ciencia actual ha empezado a dar respuesta. Algunos estudiosos asocian la felicidad a la satisfacción de las necesidades, desde las más básicas como la salud y bienestar físico, sexo, alimentación, seguridad, protección, estima, amor, pertenencia, estatus, poder y fama, hasta las más trascendentes como la producción creativa e intelectual y la ayuda a otros seres humanos. Pero cada quien percibe su mundo de una manera diferente y la percepción de la felicidad continúa siendo un gran misterio y no se considera un suceso digno de estudiar, de compartir, de difundir, de considerar interesante. Lo contrario, el dolor y el displacer, con su carga negativa, parece ser más atrayente.
No es mi intención debatir el conocimiento que sobre esta materia dictan los expertos, ni buscar explicaciones simplistas a una conducta muy compleja, sino mostrar algunos elementos que pueden ayudarnos a tomar conciencia sobre la forma en que utilizamos el cerebro y nuestras potencialidades, para alcanzar la escurridiza felicidad, aún en medio de las crisis que estamos viviendo.
En estudios de opinión especializados, en relación a la localización de la sensación de felicidad, las personas refieren sentirla más frecuentemente en el tórax, vientre, corazón, cabeza; de manera difusa, en todo el cuerpo, “en el espíritu, en el alma”. Muy pocos refieren sentir la felicidad en otras partes como las extremidades, el hígado u otros órganos internos, o inclusive en los genitales.
La Neurobiología relaciona los estados emocionales con ciertas actividades neuronales del Sistema Límbico y el Hipocampo, cuyo nivel de excitabilidad, produce la percepción o conciencia de euforia o depresión. Pero en las percepciones de felicidad, se integran también otras áreas del cerebro, sin una localización determinada. Esto ha sido demostrado en pacientes que han sido privados de los sentidos o lesionados en diferentes zonas del cerebro y aún pueden sentir felicidad. Muchos autores defienden que el ser humano dirige su conducta, a través de la búsqueda del refuerzo positivo, pero si es excesivo, se produce una adaptación sensorial y deja de reaccionar de igual manera ante los mismos estímulos inicialmente agradables. De allí la importancia de la novedad para sentir placer. La mayoría de las veces esta novedad se logra de manera natural, a través del pensamiento, la introspección, la meditación, las ideas, los descubrimientos y creaciones interiores, que no necesitan de estímulos externos o se toman como mediadores en procesos más transpersonales y felices.
Descubrimientos interesantes nos muestran una gran paradoja: el cerebro humano que ha sido estimulado directamente, reacciona de manera placentera seis veces más que de manera negativa. Esto quiere decir, que mayor número de zonas del cerebro sienten placer (35%) y pocas sienten sufrimiento (5%). Sin embargo, en la vida diaria, son pocas las personas que manifiestan sentirse felices y disfrutar de un sano placer. Sin embargo, cada ser humano tiene una reactividad diferente y sus límites entre el placer y el desagrado pueden variar, de acuerdo a sus particulares mecanismos de adaptación. Las sensaciones más frecuentes asociadas al placer, son las de relajación, comodidad, alegría y buen humor.
En el cerebro se generan unas substancias químicas del grupo de las endorfinas, péptidos opiáceos naturales con efectos parecidos a la morfina, que alivian el dolor, así como otras substancias que producen de manera natural sensaciones de felicidad y euforia. Por ejemplo, luego del ejercicio sostenido por más de media hora, o de ingerir carbohidratos y el tan apreciado chocolate.
Otras formas de inducir estados placenteros son las estrategias de psicoterapia y meditación. También la relajación, especialmente de los músculos de la cara, ya que las estructuras cerebrales asocian de manera muy especial, las expresiones faciales a las emociones. Pruebe a relajar en este momento su cara y sienta la diferencia en su tensión hacia una sensación de agrado.
La felicidad no es intrínseca a los objetos materiales o sensaciones que provienen de los estímulos del exterior, sino a la percepción o interpretación que construimos acerca de ellos. Las mayores posibilidades de sentir felicidad están dentro de nosotros mismos y son producto de nuestra experiencia previa y sistemas de referencia. Así lo ha confirmado la Neurociencia. No importa que llamemos a esa fuente cerebro, sistema límbico, hipotálamo, corazón, aspectos inmateriales, informática cerebral, espíritu o alma.
Sabemos que hay determinantes que producen infelicidad, difíciles de modificar de manera individual, como por ejemplo las enfermedades y los problemas sociales. Pero todos nosotros podemos reconocer conscientemente, aquellos que puedan ser modificables por nuestro esfuerzo personal, para mejorar nuestro estado de ánimo. Dicho de otra manera, podemos estar atentos a las posibilidades de disfrutar, sin llegar al extremo de ser un hedonista individualista; ser flexibles y exponernos a multiplicidad de estímulos nutritivos, para mejorar nuestras conexiones neuronales; cultivar la interpretación optimista de la realidad, practicar el buen humor y mejorar nuestra habilidad de apreciar lo agradable de la vida, a pesar de las inmensas dificultades que estemos confrontando.
Vivimos en un mundo rico de alternativas para percibir estímulos positivos, pero estamos agotados y saturados por los intensos estímulos negativos que provienen de nuestro ambiente tan congestionado de malas noticias. Intentemos entonces darle paso a ese 35% de posibilidades de alcanzar el mundo invisible de momentos de felicidad, expandiendo la conciencia, educando nuestros sentidos, cultivando la creación y la inteligencia, cambiando y amplificando las alternativas de interpretación subjetiva de la realidad y de reacción ante ella, evitando los automatismos negativos subconscientes, practicando la generosidad, además de fortalecer el espíritu y la ética familiar, grupal y social.
Me pregunto entonces si muchos de nosotros los mortales, estamos viviendo como zombies, en el limbo, esperando y esperando que algo ocurra afuera... anestesiados, alienados, mientras la vida transcurre sin llegar a sentir un poquito de felicidad en cada día.
2 comentarios:
La felicidad es una categoría conceptual compleja que puede tener variados significados para las personas. Si todas las mañanas nos preguntamos si estamos felices y por qué motivos, encontraremos invariablemente respuestas. Si queremos aumentar nuestra felicidad preguntémonos y encontraremos las vías para ser más felices.
Leo este articulo devorando una galleta cubierta de chocolate y pensando, "este es uno de mis más preciados placeres".
A mi entender, Placer y Felicidad deben diferenciarse, y básicamente por algo sutil: su duración. Aristóteles decía que si los placeres dieran la felicidad, estaríamos rascándonos una picada constantemente... o comiendo galletas de chocolate día y noche. La felicidad es un estado de bienestar, que poco tiene que ver con placeres mundanos, al menos para mi.
Es apreciar lo que se tiene y lo que no, lo que pasa y lo que no, es a la vez conformarse y no estar conforme, es buscar y encontrar y buscar de nuevo... Para mí es movimiento, cambio. Es preguntarse y disfrutar tratando de responder, como ahora.
Por cierto, me haría muy feliz ir a Cata la semana que viene. Preparar el sanduchón para comer en la playa, acostarnos tarde contándole historias de Pita a mis hijitos, eso me haría feliz. Y si no, pues también.
Te quiero
Alé
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